viernes, 20 de enero de 2012

¡Ontinyent libre! (de transgénicos)

  El hombre lleva varios miles de años modificando los vegetales que utiliza como alimento. Tal es el caso de muchas frutas, flores y verduras que son productos de mezclas de diferentes plantas. Sin embargo la ingeniería genética permite ahora llevar a cabo en pocos años y en forma controlada modificaciones que antes costaban décadas de trabajo.
  Transgénico es aquel alimento obtenido de un organismo al cual le han incorporado genes de otro para producir las características deseadas.
  Estos días, los ecoalarmistas –mal llamados ecologistas- del Ayuntamiento de Ontinyent, quieren presentar una moción en el próximo Pleno para que Ontinyent sea declarado “zona libre de transgénicos”.
  Todo empezó hace un año y pico cuando el Blog (partido político) de Ontinyent fue manipulado por la ingeniería política, introduciendo en su ADN un nuevo gen proveniente del ADN  de una célula del reino vegetal y dar origen a la organización política Compromís. La transformación ha sido más que notable, no tanto en la apariencia de sus figuras humanas, que siguen siendo las de antes, cuanto en la de sus mentes verdes.
  El asunto no tiene desperdicio cuando refiere el portavoz de Compromís que los organismos modificados genéticamente suponen un riesgo para la biodiversidad y para la salud y añade que pueden provocar efectos irreversibles e imprevisibles sobre los ecosistemas afectados por la transformación genética. No está bien que una corriente de opinión en contra de los transgénicos sea elevada por los políticos a materia de obligado cumplimiento para todos los vecinos y forasteros interesados.
  La ingeniería genética ha producido una llamativa revolución al posibilitar mejoras extraordinarias en la calidad de vida en muy diversos planos. Me estoy refiriendo a notables aumentos en la productividad, a plantas resistentes a plagas que, por ende, no requieren el uso de plaguicidas y pesticidas químicos, a la posibilidad de incrementar el valor nutriente, a la capacidad de incorporar ingredientes que fortalezcan la salud (incluyendo la disminución de alergias) y mejoren el medio ambiente y el enriquecimiento de los suelos.
  Antes de que apareciera la insulina humana para tratar la diabetes, los pacientes diabéticos recibían la insulina procedente de cerdos y vacas. La hormona producida en el páncreas de estos animales es muy parecida a la insulina que produce nuestro organismo, pero tiene algunas diferencias (a nivel de la secuencia de los aminoácidos), lo cual hacía que en algunos pacientes su sistema inmunológico las considerara extrañas, reaccionase contra ellas y provocase la aparición de rechazos alérgicos. En la década de los 80 la ingeniería genética consiguió aislar el gen productor de la insulina humana del ADN humano e insertar dicho gen en una bacteria natural del organismo humano, la Escherichia coli. El resultado fue que esta bacteria era capaz de producir enormes cantidades de insulina humana, es decir, se obtuvo insulina transgénica. Gracias a este avance fue posible comercializar a nivel mundial insulina y salvar la vida de miles de personas. Al tratarse de la insulina humana carecía de los riesgos “alérgicos” que tenían las insulinas obtenidas a partir de la vaca o de los cerdos. Por otra parte, la insulina humana transgénica era más rápida de fabricar, por lo que el coste del fármaco se abarató enormemente. Medicamentos antivirales, contra el cáncer y las anemias, anticoagulantes e incluso vacunas se obtienen por técnicas transgénicas.
  Algo más se puede decir de los alimentos transgénicos. Se emplean modificaciones que permiten a la planta receptora del gen ajeno mejorar su capacidad de adaptación a las condiciones del terreno, aumentar su resistencia a las enfermedades o crecer en ausencia de condiciones de humedad y fertilizantes. Maíz resistente a plagas, tomates que recolectan maduros y retarda la senescencia, plantas resistentes a herbicidas, semillas de arroz mucho más productivo, etc, componen la gran familia de alimentos transgénicos que son usados hace ya 30 años, consumidos por millones de personas porque son más baratos y contribuyen a paliar el hambre.
  La biotecnología es una de las disciplinas científicas con más futuro, que más inversiones atraerá y que más puestos de trabajo creará. Permitirá a los agricultores españoles competir con mejores herramientas ante los cambios del terreno y las incertidumbres del clima y favorecerá la lucha contra las plagas sin recurrir a los pesticidas. Todo eso nos perderemos los ontinyentins gracias a la contribución a la ciencia de nuestros políticos, que con mensajes manipulados se empeñan en conformar su criterio científico.
  Es difícil entender las razones por las que las autoridades prefieren atender sus argumentos políticos y obviar los de los científicos más eminentes, como el documento del año 2007 –titulado Ciencia, progreso y medio ambiente- firmado por prestigiosas personas del mundo de la ciencia y tecnología, donde afirmaban cosas como estas:
La manipulación genética de plantas es una realidad tan antigua como la agricultura, ya que, aprovechando los resultados de cruces y mutaciones, el hombre ha domesticado algunas especies de plantas, de forma que alimentan a una humanidad en constante crecimiento (...) los avances en la moderna biotecnología, que tanto bienestar han aportado en sus aplicaciones terapéuticas e industriales, han permitido incorporar mejoras en variedades cultivadas, añadiendo características útiles para reducir el uso de pesticidas y combustibles fósiles, aumentando la eficiencia del agua y el suelo y abriendo nuevas vías para mejorar la calidad de los alimentos.
  Tras 15 años de uso extensivo, no se ha detectado un solo efecto adverso sobre las personas y el medio achacable a la bioingeniería. A pesar de ello, la Unión Europea ha establecido férreos controles que garantizan la seguridad de estos cultivos.
  Dice el manifiesto que las autoridades españolas deberían facilitar su empleo sin discriminaciones para la competitividad de la agricultura de nuestro país, porque entienden los científicos que las modificaciones genéticas son medios de producción y deben valorarse como tales, en razón a su eficacia y admitiendo que no existe el riesgo cero, porque toda actividad humana conlleva un cierto riesgo que ha de ser evaluado en función de los beneficios que la actividad reporta.
  Decisiones contrarias, como la que quieren imponer los políticos en el Ayuntamiento de Ontinyent, no solo condenan a los agricultores a perder el tren del progreso, sino que lanzan señales de alarma a las empresas que invierten en investigación. Ontinyent libre de transgénicos sería también una ciudad borrada del mapa de las inversiones en ciencia y tecnología.

1 comentario:

  1. un buen trabajo de plagio con sutiles pinzeladas contra el tripartito.
    me gusta, sigue asi, pero procura citar tus fuentes.

    te pagan por esto?

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