Hay algunos galos recalcitrantes que desde una aldea rodeada de campamentos romanos ponen en jaque al mismísimo Julio César, según reza la hoja-prólogo de los “comics” de los conocidos Asterix y Obelix. Algunas veces tenemos nosotros ese complejo.
Después de muchos años de hacer visitas a Madrid, en mi última estancia visité por primera vez el Palacio Real. Siempre he tenido poco apego a los Borbones españoles, desde que el primero de todos ellos tomó “por justo derecho de conquista” un territorio en el cual nací, anulando las leyes vigentes en él e imponiendo toda la maquinaria burocrática del estado jacobino centralista que se trajo de su Francia natal. Yo sé que esa reticencia hacia los Borbones es puramente romántica, testimonial, por eso he hablado antes del complejo de Asterix. Otra cosa sería si dispusiera de un druida que preparase poción mágica como en el caso de las historias de Uderzo y Goscinny.
Me llamó la atención los escudos de los sucesivos reyes y príncipes que en sus panoplias exhibían, y exhiben aún los territorios sobre los cuales la “Gracia de Dios” les había otorgado dominio.
La unión en un monarca de los reinos radicados en la Península Ibérica no se produce con el matrimonio de los llamados Reyes Católicos como nos han enseñado en la Historia que se explicaba en el bachillerato, sino en la persona de su nieto Carlos V de Habsburgo. Desde entonces los monarcas Habsburgo han ostentado signos heráldicos donde estaban representados uno a uno, todos los territorios sobre los que tenían dominio. Es decir, los diferentes reinos que convivían en esa región que llamamos hoy España, estaban todos representados en los blasones reales. Esto se aprecia en fachadas de edificios, frescos, objetos de uso diverso, joyas, vestuario, retratos, etc.

Durante todo este tiempo desaparece el emblema de la Corona de Aragón del blasón de los reyes españoles: de las fachadas, de los vestidos, vajillas y otros objetos.
Y así hasta que en el año 1873 en que se constituye la Primera República Española de carácter federal y en su escudo vuelven a figurar otra vez las barras aragonesas. Al año siguiente, con la restauración borbónica en la persona de Alfonso XII, asume como su escudo el que ahora conocemos como escudo de España. Y así hasta ahora.
Salí un poco menos defraudado: si durante casi 200 años el monarca Borbón de turno había ignorado el antiguo reino donde yo nací, gracias a una república breve fue rescatado y cuando otra vez volvió la dinastía borbónica continuó representando en su escudo un territorio que gobernaba “por la Gracia de Dios”.
Me encaminé no sé porque hacia el actual edificio del Senado de España. La plaza, encantadora, donde se ubica tiene una placa de cerámica de factura reciente indicando su nombre: “Plaza de la Marina Española” y con un escudo arriba: en un óvalo dividido por la mitad figuraba un castillo y un león, cada uno en una parte. Lector, saca tu propia consecuencia.
La conclusión que saco es que muchos responsables de la cosa nuestra o política creen que pueden descubrir leyes que explican la evolución histórica a su antojo y así, de un plumazo, borrar signos heredados. Puede que tenga que ver con el historicismo de la izquierda marxista, pero creo que la mismísima derecha conservadora es capaz de asumir tal cambio para no molestar.
ResponderEliminarNo tengo tanta formación como para decir si el marxismo (de Karl Marx)es o no historicista y si lo es o no la derecha conservadora. Pero puedo afirmar que el marxismo (del The Marx Brothers) ni lo es ni lo intenta.
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