Hace un par de años, cuando apareció el caso de los trajes
de Camps, nuestro ex -presidente valenciano, la alcaldesa de Valencia Rita
Barberá, admitió que recibía regalos y añadió que el presidente y sus ministros
o consellers deben recibir otros de mayor tamaño y cuantía. “Todos los
políticos los reciben”, añadió.
En el caso de familiares y amigos, el regalo se da sin
esperar contraprestación alguna. Pero en ámbitos sociales más impersonales, del
regalo se espera una recompensa por los favores pasados o se prepara el terreno
para los futuros.
Entre empresas e instituciones públicas los regalos no son
una señal de afecto que simboliza la fuerza de la unión y contribuye a
reforzarla, como en el caso de las familias y amigos. Aquellas organizaciones
llevan siempre una contabilidad de lo que dan y lo que reciben, sus
expectativas son racionales: si una empresa hace un regalo a un político, será
porque ha obtenido algo de él, o porque tiene la expectativa de obtenerlo.
Los regalos han estado ligados a nuestra tradición en
alianzas e intercambios de favores en las sociedades humanas. La mayoría de las
veces llevamos un registro en la mente de lo que recibimos de los otros
miembros del grupo del que formamos parte en relación a lo que aportamos a cada
uno de ellos para agradecerles su contribución. En este mundo de intercambios
hemos detectado a tramposos para castigarlos, pero también altruistas
agradecidos para recompensarlos.
En el ámbito político, se cuantifica el tamaño del regalo
por el del favor obtenido. Los regalos a personas que tienen una función
pública realizados precisamente por la labor pública que desarrollan, deberían
ser asimismo completamente públicos, transparentes. Que un cargo público reciba
muchos regalos se debe o bien a que los que regalan tienen puestas muchas
expectativas de obtener beneficios a través de su gestión o bien a que ya han
recibido alguno. Por eso la transparencia en la gestión de los regalos
recibidos por el político se hace imprescindible.
Cuando el cargo público recibe un regalo de una empresa o de
un particular le llega en función del puesto que representa. Seguramente, si no
tuviera la representación pública no sería objeto del obsequio. Por ello es
importante que estas personas calibraran el regalo no por la persona que es,
sino por el cargo que representa. En este caso no sería fulanito de tal el
receptor, el agasajo correspondería a la institución que representa como última
destinataria.
Los regalos pueden ser interpretados de forma muy diversa
por quienes lo envían y quienes lo reciben, basado en la búsqueda de un fin
concreto o por simple inercia sin malicia. Y
desde reciente está tipificado como delito en el código penal. Por ello,
todo cargo público debería devolver los presentes que recibe de empresas y
particulares y en el caso de ser
perecederos, entregarse a instituciones benéficas.
Conocida la naturaleza del regalo, es preciso imponer el
buen comportamiento. La honradez personal y la transparencia pública exigen que
todos los organismos públicos creen un registro de entrada de los obsequios
destinados a los políticos, al alcance de todos y hacer público quién hace el
regalo y a quién va dirigido.
Los actos detestables deben ser aprovechados para rectificar
y dar ejemplo de regeneración pública por los sucesores gobernantes. La
corrupción se corrige con el castigo o su amenaza, pero también con el ejemplo
público y transparente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario